Igual que en las grandes ciudades del mundo, donde las maniobras de los grandes inversores de las economías siguen haciendo estragos en la población civil, un sentido del ahorro, la precariedad, la solidaridad y la mesura se ha apoderado de mentes que hasta hace poco tiempo, solo pensaban en como gastar los dineros que fluían a chorros desde los bancos.
La misma gente que ayer tiraba comida a la basura sin haberla tocado, porque se acercaba su fecha de vencimiento o porque había descubierto que engorda, hoy recolecta azúcar en las grandes ciudades.
Los recolectores de azúcar urbanos son personas que se sienten en constante peligro ante la escasez y temen tanto al futuro que se aferran a cualquier señal de seguridad por mínima que ella sea. Y es por eso que cada vez que toman un café, piden doble azúcar o disimuladamente roban sobres de azúcar, sal, mostaza, ketchup y otras delicias gourmet en las cafeterías, cadenas de fast food y comedores de universidades y empresas.
Sinembargo, cuando llegan a casa, notan que su capacidad de ahorro y austeridad es mínima y no se sientes capaces de condimentar y endulzar su vida con azúcar regalada. La encuentras luego en los rincones de la casa o las bolsas de basura, en esquinas inesperadas o en los pasillos de los edificios.
Las sociedades occidentales y en particular las europeas ya no conocen la posibilidad de la mesura, la austeridad o la simplicidad como estilo de vida y será un trabajo grande volver a las cosas esenciales.